Pelo, patología y arte. El pelo en el arte (primera parte)

 

Pelo, patología y arte. El pelo en el arte (primera parte)

PELO, PATOLOGÍA Y ARTE es un libro que integra el pelo con la medicina y el arte. Dividido en dos partes bien diferenciadas, contiene más de un centenar de fotografías de obras de arte.

El PELO EN EL ARTE, la primera parte, aborda temas como el pelo decorado que es la parte del cuerpo humano más adornada, la cabellera femenina considerada desde la antigüedad como un referente de belleza, erotismo y sexualidad, y el mito del hombre piloso o salvaje descrito desde el siglo XII en el arte medieval europeo, al que hay que añadir los anacoretas, hombre y mujeres pilosas, referenciados en antiguas leyendas grecoegipcias del siglo IV dC.

PATOLOGIAS DEL PELO EN EL ARTE, la segunda parte, muestra una selección de patologías que afectan al pelo y se encuentran reflejadas en el arte.

 

El PELO EN EL ARTE (PRIMERA PARTE)

 

El pelo decorado

Dos tipos de pelos se encuentran en el cuerpo humano: el pelo velloso y el pelo terminal. Será el pelo terminal del cuero cabelludo, con sus características clínicas de color, longitud, cantidad y forma, la parte más adornada, ornamentada y decorada del cuerpo humano y, por tanto, la que más ha influido en la moda a través de los siglos.

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Una de las primeras obras de las que tenemos referencias es Damas de azul, hacia 1450 aC, fresco influido por la pintura egipcia, que pertenece a la civilización minoica, desarrollada en la isla de Creta. La pintura representa a tres mujeres alineadas de perfil, que peinan y adornan sus largos cabellos negros de la misma forma.
Imagen 1: Damas de azul, fresco, hacia 1450 a. C.  Ampliar imagen

El arte mesopotámico hace aportaciones únicas por su originalidad al pelo decorado. Los bajo relieves que decoran los palacios de la Alta Mesopotamia durante el periodo asirio representan la figura humana con unas peculiaridades que las hacen diferentes. Son figuras masculinas musculosas representadas de perfil, que llevan el cabello cayendo sobre los hombros, con las puntas cubierta de rizos alineados y escalonados. La cara enmarcada por una rizada y larga barba, llega hasta el pecho donde adopta su singular forma cuadrada.
Imagen 2: Sargón II con su hijo Senaquerib, 716 aC Ampliar imagen

Se cree que los egipcios, como se desprende de los estudios realizados en los cabellos de algunas momias, fueron los primeros en teñirse el pelo. Usaban la alheña o henna, obtenida de las hojas secas y trituradas de la planta Lawsonia alba, coloreándose el pelo de rojo. Las clases sociales más influyentes contaban con sus propios peinadores personales, usaban pelucas e incluso se hacían extensiones muy elaboradas para alargar el pelo.
Imagen 3: Ptolomeo Apión, siglo I aC.  Ampliar imagen

El pelo en el arte (primera parte)Si asociamos moda a extravagancia, dos estilos sobresalen sobre los demás: la moda de la frente afeitada que se impuso en las mujeres en la primera mitad del siglo XV y la excentricidad de los peinados que llegó a su apogeo durante el siglo XVIII.

No se conoce con exactitud en qué momento se puso de moda entre las mujeres llevar la frente despejada. Desde principios del siglo XV se encuentran en la pintura retratos de mujeres perteneciente a la clase privilegiada que siguen ese estilo. En algunos casos solo se rasuraba un par de centímetros, pero a veces era la totalidad de la frente.

Isabel de Portugal (1397-1471), siguió la moda de la frente despejada que impuso la corte borgoñesa y de la que, según cuentan los cronistas de la época, la duquesa marco tendencia.
Imagen 4: ROGIER VAN DER WEIDEN. Isabel de Portugal, 1500. Ampliar imagen

Aunque durante gran parte del siglo XVIII el peinado en la mujer se había limitado a recogidos sencillos y empolvados grisáceos que envejecían, a partir del último tercio, entre la nobleza y la burguesía se hacen más lujosos y extravagantes. Son tan altos que apenas se sostienen, y tienen que ayudarse de postizos, alambres y otros ingenios para sujetarlos. María Antonieta, reina de Francia tras su matrimonio con Luis XVI en 1774, impone el uso de pelucas en las mujeres.
Imagen 5: THOMAS GAINSBOROUGH. La dama de azul, 1770-80. Ampliar imagen

Los excesos que alcanzó la vida cortesana a finales de siglo XVIII marcan el final de una clase social que estaba a punto de vivir un hecho trascendental en la historia de la humanidad: la Revolución Francesa. El pelo nunca más estará sometido a tantas extravagancias.

 

 

La cabellera femenina

Desde la antigüedad, una larga y abundante cabellera en la mujer ha sido considerada como uno de los más importantes distintivos de belleza femenina. En la mujer el cabello rojo tiene connotaciones claramente eróticas y sexuales y es por tanto el más representado.

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En este contexto una serie de personajes femeninos aparecen unidos a sus hermosas cabelleras. Dos mujeres descritas en el Antiguo y Nuevo Testamento sobresalen sobre todas las demás: Eva y Magdalena. Y es un hecho paradójico que procedan de la iconografía del cristianismo, baluarte de la moral y del pecado, ya que con sus largos cabellos cubren y a la vez resaltan su desnudez con un componente claramente erótico.
Imagen 6: TIZIANO. Magdalena penitente,1530-1535. Ampliar imagen

Los integrantes de la Hermandad Prerrafaelita han unido de forma permanente el cabello de la mujer al concepto de belleza femenina. Sus sensuales retratos de heroínas basados en leyendas mitológicas y medievales, no está en la desnudez que apenas muestran, si no en sus rizadas, largas, espesas, y rojizas cabelleras.

Dante Gabriel Rossetti, fundador de la Hermandad y el pintor más emblemático de ella, fue considerado en vida un fetichista del cabello de la mujer. Se sabe que era un requisito imprescindible para ser retratadas por el artista que las modelos tuvieran una abundantísima cabellera que a Rossetti le gustaba peinar y realzar.
Imagen 7: DANTE GABRIEL ROSSETTI. Proserpina,1874.  Ampliar imagen

También los pintores y poetas simbolistas dieron importancia al cabello femenino. Ellos dan vida a la femme fatale a la que describen como una belleza fascinante y perversa, de larga y abundante cabellera rojiza, y, sobre todo, poseedora de una gran fuerza sexual con el que dominará a sus victimas masculinas. Un ejemplo de femme fatale es Lilith, referenciada en el Génesis rabínico como la primera mujer de Adán. Cuando Fausto le pregunta a Mefistófeles por Lilith, el diablo responde: “Guárdate de su hermosa cabellera, porque cuando con ella sujeta a un hombre, ya no lo suelta”.
Imagen 8: JOHN COLLIER. Lilith, 1892.  Ampliar imagen

Del grupo simbolista destaca Gustav Klimt.  Sus pinturas y dibujos eróticos tienen, igual que en Rossetti, un claro componente fetichista del cabello rojo femenino. Trasgresor y polémico, da un paso más al pintar explícitamente el vello púbico de muchas de sus modelos como un elemento provocativo de una sexualidad desinhibida.
Imagen 9: GUSTAV KLIMT. Dánae, 1907-1908. Ampliar imagen

 

 

El hombre salvaje

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Si se trata de asociar dos conceptos, exceso de pelo y fealdad, una figura se impone sobre las demás: el hombre salvaje o piloso, ser mitológico que aparece descrito a partir del siglo XII en el arte medieval europeo. Así lo han representado los artistas a lo largo de los siglos: con una abundante pelambrera, larga barba, y toda la piel de su cuerpo cubierta de un espeso vello que recuerda al de los animales. Otra característica habitualmente achacada al hombre salvaje, es una sexualidad desenfrenada. Será a partir del siglo XV, en pleno Renacimiento, cuando va a ser humanizado, mostrándole idílicamente emparejado a una mujer salvaje que cuida e incluso amamanta a sus peludas criaturas.
Imagen 10:  MARTIN SCHONGAUER.  Hombre salvaje con escudo,1480-1490.  Ampliar imagen

Imagen 11: Mujer salvaje con escudo,1480-1490.   Ampliar imagen

 

>>> Acceder a la entrega siguiente: ‘Pelo, patología y arte. Patologías del pelo (segunda parte)’

 

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