La mujer de enfrente

La mujer de enfrente. Un relato de Olga Marqués


¿Y ésa, desde cuando está ahí?
, se preguntó sorprendida.

En ocasiones, Gloria se había fijado en que alguien dormía cubierto de cartones en el portal de una antigua sucursal bancaria, situada frente a su casa.

Está vez era de día y el hueco lo ocupaba una mujer sentada en el suelo y rodeada de bolsas, a la que no distinguía bien a causa de la distancia. A su izquierda, descubrió que había montado una especie de tenderete. Un gran cartón repleto de hojas parecía contener anuncios y, en el suelo, también se desplegaban otras hojas similares. Sin embargo, lo que realmente despertó su curiosidad fue el comportamiento de la mujer. No paraba de trajinar, de sacar cosas de las bolsas que continuamente cambiaba de sitio. Por fin, se tranquilizó y se puso — o eso parecía — a escribir.

La Mujer de enfrente. Un relato de Olga Marqués Serrano
La Mujer de enfrente. Un relato de Olga Marqués Serrano Ampliar imagen

La primavera parecía despuntar en esa fría y soleada mañana de marzo. Observó con detenimiento un árbol situado bajo su terraza que, tras el paso de Filomena por la ciudad, con sus ramas escuálidas y blanquecinas apenas sobrevivía; hacia un tiempo que seguía atentamente su evolución lo que justificaba que no se hubiera fijado en su nueva vecina.

Cuando salió de nuevo a la terraza, seguía escribiendo. No puede ser ¡Aunque fuera escritora!, pensó.

De pronto comprendió lo que estaba haciendo: ¡Pintaba! Y los objetos que cogía y volvía a dejar en el suelo eran lápices.

Decidió que tendría que comprobarlo.

Un día cruzó la calle y se colocó frente a la tiendecilla. Efectivamente, todas las hojas eran dibujos a lápiz en blanco y negro.

La mujer, que había dejado de pintar, la observaba con atención; ella también hizo lo mismo. Era todavía joven, con unos ojos hermosos y una piel morena y curtida, aún no devastada por las horas que pasaba a la intemperie.

─ ¿Están en venta? ─preguntó, señalando hacia los folios del suelo.

─Sí ─contestó de forma escueta y sin mucha convicción.

─ ¿Cuánto vale éste?

No, ese ya está vendido, van a venir a buscarlo. Me cuesta mucho hacer los dibujos, yo lo que quiero es que me den una ayuda ─agregó, mostrando un bote en el suelo con monedas.

Como en realidad no tenía interés en los dibujos, buscó en su bolso un billete de cinco euros con la impresión de que le iba a gustar más que cinco monedas de un euro. Y acertó de lleno. La mujer, con los ojos iluminados, se giró, y guardó el billete en un monedero que llevaba escondido en el sujetador. Sonrió, pues conocía muy bien ese escondite y recordó que una amiga decía que su abuela lo llamaba el monedero de verano.

Con rapidez comenzaron a empatizar. Se llamaba Teresa, tenía cuarenta y dos años y no tenía familia.

─ ¿Pero nadie? ─se extrañó ella.

─No, nadie.

Un tiempo más tarde supo que era mentira, pues Teresa era un poco mentirosa, pero también era dicharachera, optimista y alegre.

Le gustaba mucho el barrio. Normal, era un buen barrio. Respetaban sus cosas. Y no es que fueran de valor, añadió, ya que se llevaba las bolsas cuando acababa la jornada.

La Mujer de enfrente. Un relato de Olga Marqués Serrano Ampliar imagen

La mujer de enfrente. Un relato de Olga Marqués

─ ¿Y sabe? Siempre encuentro todo como lo he dejado el día anterior.

Un fin de semana — desaparecía los fines de semana —, al pasar por delante del portal, no pudo evitar verificar lo que había, y, como suponía, no había más que cajas y cartones.

¿Pero quién iba a querer semejante material?, se preguntó con incredulidad. Con el tiempo llegaría a comprobar que sí, que había gente que lo quería y arramblaba con todo si podía. Y es que a esas alturas se estaba haciendo una experta en el tema y, cuando se asomaba a la terraza, a menudo se sorprendía preguntándose ¿de donde ha sacado esa caja tan estupenda? ¿y ese cartón tan grande?

La mujer de enfrente. Un relato de Olga Marqués
La Mujer de enfrente. Un relato de Olga Marqués Serrano Ampliar imagen

Un lunes Teresa no apareció, tampoco el martes. Ella dio por hecho que no volvería. Sin embargo, esa noche, al regresar del trabajo, la encontró sentada en la escalera de una de las puertas de la parroquia donde decía que a veces dormía.

Que alegría se llevó; ella también pareció alegrarse al verla, aunque no estaba segura de si realmente la había reconocido. Se había encontrado dos días enferma y se había quedado a dormir en un hostal. No aceptó el dinero que le ofreció, porque ya había cenado y a la mañana siguiente estaría donde siempre. Vivía al día, sin más.

Para entonces ya sabía más cosas de su vida: tenía una hija de diecinueve años y un nieto. Y no se llevaba bien con el marido. ¿Se refería a su marido, al de su hija o a los dos?  Comprendió que no existía ningún tipo de relación entre ellos.

¿Tu hija sabe que vives en la calle? ¿Que duermes entre cartones?

─No. No quiero que lo sepa.

Iba limpia, y la ropa que llevaba se justaba bien a sus medidas. Se duchaba en unos baños públicos que había en la Glorieta de Embajadores y se lo contó con un gesto tan satisfecho, que estaba claro que esa faceta de su vida callejera la tenia controlada. Por eso, no pudo evitar entrar en internet a comprobar de qué estaban hablando.

─Y tanto, ella también se bañaría allí ─pensó al ver los baños de Embajadores tan limpios, lustrosos y modernos.

Pero a veces no podía evitar perder la paciencia cuando conversaban, por su tendencia a dispersarse, a divagar y mezclar historias. ¿Bebía?, no lo parecía.

Que si había estado viviendo fuera de España tres años, que si Florencia era la ciudad de Italia que más le gustaba — ¡toma y a ella también! —, que si a la vuelta pasó por París, que si la había pillado la pandemia y por eso se encontraba en la calle. Posiblemente, historias que poco a poco iba mezclando y adornando en su imaginación.

Una mañana, a mitad de semana, la entrada del local estaba vacía. Ni rastro de cartones. Nada. Se acercaba la Semana Santa y era inminente el cierre perimetral de Madrid. Ya no volvió.

La última vez que hablaron, sin saber bien los motivos, estaba muy contenta. Quería hacer la selectividad y la carrera de Bellas Artes. Ella no la desanimó. ¿Para qué?

Nunca supo qué hacía cuando se marchaba del puesto, ni donde se instalaba los fines de semana. Putas y negros que solo quieren follar, contestaba con desprecio cuando le preguntabas por los ambientes marginales que conocía. De hombres no quería saber nada, agregaba.

¿Y, entonces, cómo podía sobrevivir sola una persona que parecía tan frágil?  ¿Cómo dormir entre cartones y tener al día siguiente fuerzas para pintar durante horas?

Todas las mañanas desayunaba, lo sabía porque veía como la camarera de una cafetería cercana le llevaba un café y un bocadillo, que devoraba.

Se hacía querer.

Recordó que el día antes de su desaparición estaba nerviosa, fumaba y hablaba sin parar con una joven vecina del inmueble donde se asentaba. Que motivos la impulsaron a desaparecer.

La Mujer de enfrente. Un relato de Olga Marqués Serrano Ampliar imagen

La mujer de enfrente. Un relato de Olga Marqués

Gloria se ha montado su película. Cree que Teresa un día subió a un autobús y se plantó en la ciudad de la que tanto hablaba y echaba de menos. La que mejor la trató, donde siempre comió caliente y durmió en una cama, Oviedo.

 

 

 

La mujer de enfrente. Un relato de Olga Marqués

¿Quieres leer este relato en PDF? ¡Descárgalo

Puedes descargarte y leer el relato en PDF haciendo clic aquí,

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies