Esa mañana se levantó con la idea instalada en su cabeza. Ya no quedaban excusas si quería realizar el proyecto que durante tanto tiempo la había perseguido. Sabía que no habría otro momento ni otro sitio tan propicio para iniciarlo. Tenía que intentarlo.
Al atardecer ordenó los folios y contó la relación de cuadro. Eran alrededor de cien. Levantó la mirada pensativa. La vista que tenía delante era la más hermosa del mundo, no se cansaba nunca de mirarla. La ría estaba viva, con sus colores siempre diferentes y la marea subiendo y bajando sin cesar. El sol se reflejaba en el agua y producía distintas tonalidades de verdes: oscuras en la orilla, claras y casi transparentes en el centro.
El mar se movía con suaves ondulaciones hacia la izquierda, pero al fijarse se dio cuenta que era una percepción falsa, ya que a veces, pequeños trozos de madera, de algas y otros residuos se desplazaban en sentido contrario.
Hacía más de dos horas que anochecía, pero no acababa de ponerse el sol. Era un pequeño sol de medianoche solo para que ella lo disfrutara. Qué locura, pensó. No por el espectáculo que estaba contemplando, sino por lo que estaba planeando.
Quería hacer un libro y no sabía escribir. Quería hacer un libro y no sabía puntuar. ¿Y redactar un texto? De eso aún sabía menos.
Del disparatado proyecto, solo un asunto tenía claro: su absoluta determinación a hacerlo. Si se atenía al dicho “querer es poder” lo iba a conseguir, pero no estaba segura de que esa frase basada en la sabiduría popular fuera cierta. Pronto iba a comprobarlo.
Cogió la carpeta y examinó el contenido. Que abriera y revisara lo que había en su interior ya estaba siendo un triunfo. Durante más de tres años ese simple gesto le costaba un esfuerzo, le resultaba incómodo. Para evitar esa sensación de malestar se había limitado a realizar anotaciones sobre los cuadros que la interesaban, que más tarde ampliaba y desarrollaba.
Como estaba comprobando al analizar el material, mucha imaginación había echado para conseguir esa relación de más de cien pinturas que mostraban alteraciones en la piel. Sin embargo, algunas de ellas eran todo un acierto pues reflejaban, sin ningún tipo de duda, enfermedades y otras curiosidades en ella.
¿Y por dónde comienzo? Se preguntó. Lo primero que iba a hacer, y para lo que no tenía que pensar mucho, era clasificar las obras: nombre del autor, título del cuadro, año de realización, lugar donde se encontraba y, por último, la patología con la que estaba asociada.
Se pasó gran parte de la noche trabajando. Aunque era un trabajo lento y rutinario tuvo una gran ayuda, una herramienta con la que no había contado: Wikipedia.
Al día siguiente se levantó tarde, y en baja forma. Se tomó dos cafés para despejarse y recapacitar sobre su hipotético proyecto.
– ¿Se la estaba yendo la cabeza? –
Cerró el ordenador que ya tenía preparado para empezar a escribir no sabía bien qué, y se dirigió al ventanal. Ese mar tranquilo la sedaba. La ría estaba tan baja que se podía andar por ella. En esos momentos la habitaban bandadas de gaviotas blancas que picoteaban sin cesar buscando comida.
[…]
¿Quieres seguir leyendo este relato?
Puedes descargarte y leer el relato completo haciendo clic aquí,