Como sabéis, hace unos días fui a ver la exposición de Zuloaga en la Fundación Mapfre de Madrid. Abarcaba desde los años 1889 a 1914, que fueron cruciales en su vida y en los que su arte se desarrolló plenamente. La exposición me impactó como ya quedó claro en la reseña que hice sobre ella (y que puedes leer aquí bajo el título «Exposición ‘Zuloaga en el París de la Belle Époque’”); por eso volví a verla, aunque esta vez con ojos de dermatóloga ya que en bastantes pinturas (y no es fácil que ocurra) se reflejan patologías y alteraciones de la piel.
Las lesiones que se encuentran con más frecuencia son nevus intradérmico que son tumores pigmentarios benignos formados por una proliferación anormal de melanocitos. Aparecen con mucha frecuencia a lo largo de la vida y, sin saberse bien porque, todo el mundo los llama verrugas.
No conozco ningún pintor que haya plasmado tantas veces estas pequeñas lesiones dérmicas. Siempre en mujeres, algunas muy hermosas, por lo que está claro qué para Zuloaga, más que un afeamiento de la piel era un adorno que resaltaba la belleza.
Además, en la exposición hay otras patologías dermatológicas: rosáceas, tumores, eritemas solares, y también están representadas especialidades médicas como endocrinología, oftalmología y traumatología.
Relación de obras:
La enana es la señorita Bouey, que recuerda a la Maribárbola de las Meninas de Velázquez. Es una enana acondroplásica con cara de luna llena y nariz en silla de montar, típica de la sífilis congénita. Tiene tres nevus en la frente y uno en le región mentoniana, que el pintor ha señalizado claramente.
Este personaje, con sus pequeñas lesiones en la piel, por motivos obvios, es mi preferido.


Una de las primitas tiene un nevus intradérmico pigmentado en la región del mentón, además de un importante hirsutismo posiblemente idiopático, con un aumento del vello en la piel del labio superior, entrecejo y ambas patillas, que recuerda a la mismísima Frida Kahlo.


La modelo recuerda a la del cuadro anterior, pero en esta ocasión por una correcta depilación, no hay rastro del hirsutismo, y el nevus se ha desplazado mejorando su imagen.


El detalle muestra a dos elegantes parisinas, a las que un viejo no puede evitar seguir. Una de las mujeres tiene un nevus en la mejilla izquierda y otro en el escote, que Zuloaga resalta como un distintivo de belleza.


Precioso retrato de Amélie Élie en el que se aprecia un nevus en el pómulo derecho.


Zuloaga se ha retratado a sí mismo con bigote, sombrero, el cuello de la capa levantado y mirando con fijeza al espectador. En la mejilla derecha tiene un pequeño lunar que el pintor no ha querido esconder..


El violinista presenta una rosácea, dermatitis crónica que se caracteriza por episodios de eritema congestivo, con telangiectasias (cuperosis) en regiones malares, dorso de nariz, mentón y frente, y episodios de inflamación en los que aparecen pápulas y pústulas. Si se observa la cara de Larrapidi tiene un eritema violáceo, más intenso en ambas mejillas, y punta de nariz. Con frecuencia se ha achacado como causa al alcoholismo, sin tener ninguna base científica, lo que ha dado lugar a que se le conozca vulgarmente como nariz de borracho.


El retratado tiene un eritema facial crónico que afecta a mejillas y nariz compatible con una rosácea, y, además, un posible carcinoma ulcerado de evolución tórpida, que ha destruido parte de la aleta nasal derecha.


El personaje que está sentado en el centro muestra en mejilla izquierda una lesión oscura, redondeada, bien delimitada compatible con un tumor ulcerado, o una herida por traumatismo previo, ya que parece estar afectado también el pliegue nasolabial izquierdo.


El modelo se viste con una gran capa y una camisa blanca que deja el cuello, escote y parte del tórax al descubierto, pudiendo observarse un eritema solar crónico por una exposición prolongada al sol, que contrasta fuertemente con la piel blanca que siempre va tapada.


La mujer envuelta en una manta solo muestra la cara, en la que el pintor refleja de forma magistral los signos del envejecimiento: nariz afilada, labios casi inexistentes, mandíbula prominente, y el signo más importante del envejecimiento, las profundas arrugas que surcan su frente.


El enano Gregorio el botero aparece frente a las murallas de Ávila sujetando dos odres, en mangas de camisa y con alpargatas. Tiene el ojo izquierdo opaco por una catarata.


Zuloaga pinta al monje enflaquecido por los ayunos, y descalzo, lo que nos permite observar sus pies deformado, con halox valgus y dedos en martillo.