El libro CICATRICES EN EL ARTE presenta una selección de pinturas, fundamentalmente de retratos, que muestran cicatrices con todas sus características clínicas. A una cicatriz se la defina como la marca o señal que deja una herida ya curada en la piel, y, cuando aparece en la pintura, añade un componente de originalidad a la obra.
Se destacan los retratos que algunos pintores han realizado al mismo personaje en distintos momentos de su vida, pues tiene la particularidad de enseñar, además de la cicatriz, la herida primitiva, dándonos, por tanto, la clave para conocer el origen y las causas de esa lesión.
De entre estos personajes sobresale Federico da Montefeltro, Duque de Urbino, pintado por Piero della Francesca en 1465. El retrato le representa mostrando su perfil bueno, el izquierdo, ya que era tuerto del ojo derecho y tenía una gran cicatriz. Posee una nariz ganchuda, secundaria a una intervención quirúrgica para ganar más campo de visión con el ojo sano. En la mejilla izquierda hay tres tumoraciones redondeadas, bien delimitadas, pigmentadas, compatibles clínicamente con nevus intradérmicos; en la región infra-auricular izquierda presenta otra lesión similar.
Unos años más tarde, en 1477, el duque vuelve a ser pintado por Pedro Berruguete. En su rostro ya no se aprecian los nevus que aparecen en el retrato anterior. En dicha localización hay unas marcas o cicatrices que confirman que el duque se había hecho extirpar estas lesiones, por lo que quizás es la primera representación conocida de este tipo de intervención en una pintura.
Por otra parte, la cicatriz más representada en éste libro (aparece en cinco retratos) es la que tiene en la mejilla izquierda el elector de Sajonia Juan Federico I, a causa de la herida que recibió en 1547 en la batalla de Mühlberg.
El retrato más famoso del Elector es el realizado por Ticiano en 1550, al que pintó también dos años antes con la herida recibida en el campo de batalla. Tras la derrota de Smalkalda, la cicatriz en el rostro del Duque se convirtió en el mejor atributo de su condición de mártir de la causa protestante, y así puede valorarse en Elector Juan Federico de Sajonia de Lucas Cranach el Joven al representarlo, después de su muerte, en 1565, como un hombre joven con la cicatriz que aún no tenía.
Así mismo, el máximo representante de la Escuela Naturalista del Barroco francés, Georges de La Tour plasmó en varias ocasiones la figura de San Jerónimo, tanto en su faceta de erudito como de penitente, y utilizó para ello al mismo modelo, un anciano de pelo y barba blancos.
En el primer retrato, de 1627, en la sien derecha, ocupándola en la totalidad, tiene una lesión redondeada de varios centímetros de diámetro que recuerda a una herida en proceso de cicatrización. El mismo modelo, más envejecido, vuelve a aparecer unos años más tarde, mostrando, esta vez, con claridad una cicatriz profunda y pigmentada que además de afectar a la sien derecha cubre parte de la región frontal y parietal del cuero cabelludo. En un cuadro posterior el personaje tiene la cicatriz más atenuada, por lo que su causa con toda probabilidad es debida a un traumatismo previo de gran intensidad.
El gran pintor Fantin-Latour hizo un pequeño y selecto grupo de retratos femeninos en el que las modelos eran escogidas por él dentro de su círculo íntimo. Con una de estas mujeres, Madame Maître, realizó una excepción y la pintó en dos ocasiones, en 1882 y 1884; en ambas, la modelo posa de frente y de perfil, mostrando la parte derecha de la cara, cuello y escote con cicatrices blanquecinas, atróficas, hipertróficas y escleróticas, dándonos la clave para hacer el diagnostico el segundo cuadro, como probables cicatrices secundarias a quemaduras de segundo grado.
También los artistas cuando se retratan no esconden sus cicatrices. Ejemplo importante se encuentra en Frida Kahlo, cuya obra, basada en los autorretratos, presenta de forma reiterada sus enfermedades, operaciones y, por supuesto, las heridas y cicatrices de su cuerpo. Durante toda su vida luchó para no ser vencida por la crueldad de un destino marcado por las cicatrices. Esto se confirma en la carta y el dibujo que el 30 de junio de 1946, tras la intervención quirúrgica en la columna vertebral, escribió desde Nueva York a su gran amigo de juventud, Alejandro Gómez Arias.
Para finalizar se muestra un curioso retrato realizado en 1921 por el pintor expresionista Otto Dix, en el que aparece su amigo el Dr. Hans Koch, dermatólogo y urólogo, con una tremenda cicatriz que le cruza la mejilla derecha. En la extirpación quirúrgica le ha sido realizada un colgajo de rotación que desgraciadamente no ha mejorado la estética del paciente.