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CALOR
Muchacho encendiendo una candela (El soplón), 1571-1572
Nápoles, Museo Nazionale di Capodimonte
El Greco, nombre con el que se conoce a Doménikos Theotokópoulos (Candía, 1541 – Toledo, 1614) fue un pintor no comprendido en su tiempo, pero considerado hoy como uno de los grandes genios de la historia del arte.
Muchacho encendiendo una candela muestra a un joven tratando de encender una pequeña vela que tiene en su mano derecha. Para ello utiliza un ascua que sopla con afán intentando que dé llama, ya que el trozo de leña se consume y el calor que siente en sus dedos es cada vez mayor.
El resplandor de la brasa provoca un potente foco de luz que resalta sobre el fondo oscuro e ilumina con fuerza al personaje, dando lugar a una alteración del color de su piel. Su rostro, con los mofletes hinchados y labios fruncidos, las manos a contraluz, y la blanca camisa desabrochada adoptan distintas tonalidades según incida la luz, dando lugar a un cromatismo de prodigiosos matices.
El cuadro fue pintado por el Greco durante los primeros años de su estancia en Roma, cuando aún frecuentaba el selecto círculo intelectual del cardenal Alejandro Farnesio. Se creé que está inspirado en un escrito que aparece en la Naturalis Historia de Plinio el Viejo, en el que se cuenta como algunos artistas competían representando a muchachos encendiendo el fuego.
Considerada una obra maestra por su avanzada técnica en el tratamiento del color y la luz, también se adelantó a la época al mostrar una escena de la vida cotidiana siendo precursora de las escenas de género.
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GERARD VAN HONTHORST
El soldado y la muchacha, 1622
Fotowerkstatt HAUM
Gerard van Honthorst (Utrecht, 1590-1656) fue un pintor de retratos y escenas de género. Perteneciente a la Escuela de Utrecht, es así mismo conocido como Gherardo della Notte ya que la mayoría de sus obras se desarrollan en ambientes nocturnos iluminados con un foco de luz artificial.
El soldado y la muchacha es un retrato de tres cuartos que muestra una escena erótica donde los dos personajes resaltan sobre un fondo oscuro. El hombre observa con atención a la mujer y, a la vez, con la mano derecha, tras abrir su camisa, palpa y presiona su pecho en un intento de valorar si ha sido justo el trato acordado. Y, mientras, ella, absorta en su cometido e indiferente al gesto de él, trata de encender una vela con una brasa que ha cogido del fuego y que sujeta con unas tenazas de hierro.
La muchacha es una profesional, una de las prostitutas que acompañaban habitualmente a la soldadesca en las batallas. Al observarla llama la atención un enrojecimiento facial que afecta con preferencia a las dos mejillas. Es un eritema provocado por el calor que desprende la llama de la brasa y da lugar a una vasodilatación responsable del proceso. El personaje masculino también presenta un importante enrojecimiento de la nariz, aunque en este caso es un eritema crónico cuya causa es la ingesta de alcohol acentuado por el calor de la llama.
El cuadro está influido por la obra de Caravaggio, magistral representante de la pintura de género, del que Gerard van Honthorst fue un fiel seguidor.
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DOLOR
Espinario
Bronce
Roma, Museos Capitolinos
Espinario, una de las obras clásicas más populares y representadas de todos los tiempos, es una copia romana de un original griego del siglo I a. C.
La tradición identifica al personaje con un joven pastor romano, Cneo Martius, al que se le encargó entregar un mensaje al senado que daba cuenta del inminente ataque de los etruscos a Roma. La leyenda refiere que el muchacho tenía una espina clavada en el pie, sin embargo, no se detuvo hasta llegar a su destino y haber cumplido la misión que le había sido encomendada.
En la escena el personaje, sentado sobre una piedra, apoya cuidadosamente su pie izquierdo sobre la rodilla derecha. Con un gesto de máxima atención inclina hacia adelante la cabeza y el torso mientras intenta extraer la espina que tiene clavada en la planta del pie. No hay rastro de dolor en la expresión de su cara, a pesar del sufrimiento que ha tenido que soportar durante la gran caminata. Pero el joven es un héroe, y los héroes, ya se sabe, soportan el dolor mejor que el resto de los mortales.
Sin embargo, se baraja la posibilidad, valorando el gesto apacible de la cara y la disposición ordenada del cabello, que la escultura sea el resultado de la unión de otras dos diferentes: un cuerpo helenístico, de anatomía naturalista, y la cabeza de una figura erguida.
La obra, de autor desconocido, ya estaba documentada en el siglo XII y se sabe que en 1471 el papa Sixto IV la regaló a la ciudad de Roma. No se salvó del expolio artístico que las tropas napoleónicas llevaron a cabo ya que fue llevada a París en 1798 siendo devuelta a Italia en 1851.
Existen otras famosas copias de la escultura: un bronce en el Museo Pushkin de Moscú, y dos realizadas en mármol en la Galería de los Uffizi de Florencia y en el Museo del Louvre de París.
CARAVAGGIO
Muchacho mordido por un lagarto, 1595- 1596
Florencia, Fundación Roberto Longhi
Caravaggio (Caravaggio, 1571-Porto d´Ercole, 1610), cómo se conoce a Michelangelo Mesiri, es el máximo representante del Tenebrismo, que fue el estilo que mayor influencia tuvo en el Barroco europeo.
Con solo dieciocho años se trasladó a Roma, donde pintó algunas de sus mejores obras juveniles cómo El concierto de jóvenes y el magnífico Tañedor de laúd. A partir de 1592, por la presión que le imponen sus protectores y la demanda de temas religiosos, se centró en este tipo de pintura; siempre le acompañará el escándalo, ya que sus modelos son prostitutas, jóvenes marginales y mendigos.
Muchacho mordido por un lagarto es una obra de juventud de Caravaggio, en la que ya aparece la característica más reconocida de su estilo pictórico: el contraste de luces y sombras por el uso del claroscuro.
El cuadro escenifica el instante en que un muchacho es mordido por un lagarto, mostrando de forma magistral las emociones que este suceso le provocan. La mordedura que ha afectado al pulpejo del 3º dedo de la mano derecha, donde se manifiesta el dolor con más intensidad al contar con un número mayor de terminaciones nerviosas, ha desencadenado en su rostro un gesto de dolor que se manifiesta por el ceño fruncido y la boca entreabierta que parece estar a punto de lanzar un grito, provocando así mismo una contracción muscular en todo el cuerpo.
El modelo identificado como Mario Minniti, compañero de Caravaggio que ya aparece en otras obras tempranas del artista, presenta una imagen de clara ambigüedad reflejada tanto en la ropa que le cubre, una camisa blanca que deja un hombro al descubierto insinuando una evidente desnudez, como en la rosa blanca que adorna su cabello.
En primer plano, sobre la mesa, Caravaggio ha pintado un espléndido bodegón con cerezas y manzanas esparcidas sobre ella, entre las que se esconde el pequeño lagarto que ha mordido al muchacho, y el jarrón de cristal lleno de agua que contiene rosas y un ramo de jazmines, en donde se refleja un ventanal situado al fondo y a la izquierda que ilumina directamente el rostro, el hombro y la mano derecha del muchacho, contrastando con la penumbra del resto del cuadro.
La obra encierra un claro simbolismo sexual y ha sido interpretado como el castigo que acompaña a los que se entregan a los placeres de la carne, siendo el dedo mordido una representación metafórica del falo herido. Es también una obra sobre la vanitas, al mostrar lo efímero de la belleza y la fugacidad de los placeres de la vida.
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MANOLO ROMERO
(Guareña, Badajoz, 1948)
Tarántula
Tiene ocho patas,
es muy peluda,
lleva en su espalda
cien criaturas.
Hila, teje, acecha y pica
su veneno con rencor
Pique el sobaco,
pique en las cejas,
pique en las nalgas
o en las orejas:
ríe, llora, gime, canta,
quien su beso recibió.
Le pique al fraile,
o a la abadesa
le pique al paria,
o a la duquesa:
gira, jura, insulta, aúlla
quien su ponzoña probó.
Rápidamente
ha de sonar
la tarantela y
la pastoral..
y el enfermo danza, vuela,
hasta que cesa el dolor.
En el delirio,
suena que suena
la pastoral,
la tarantela….
y la araña ríe, goza
con el folklore que armó.
PRESIÓN
GIAN LORENZO BERNINI
El rapto de Proserpina, (1621-1622)
Roma, Galleria Borghese
Giovanni Lorenzo Bernini (Nápoles, 1598-Roma, 1680) artista polifacético capaz de sintetizar de manera magistral la escultura con la pintura y la arquitectura, fue uno de los grandes representantes del Barroco romano, siendo su influencia comparable a la ejercida por el escultor Donatello en el Quattrocento, y por Miguel Ángel durante el Renacimiento.
El rapto de Proserpina, realizado por el artista napolitano cuando solo tenía veintitrés años, escenifica el momento en que Proserpina es raptada por Plutón, hermano de Zeus y rey de los infiernos.
El conjunto forma parte, junto a Eneas, Anquises y Ascanio, David, y Apolo y Dafne, de “los cuatro grupos borghesianos” que Bernini esculpió entre 1621 y 1625 por encargo del cardenal Borghese. Estas primeras obras, monumentales y grandiosas, de intenso dramatismo, en las que ya resulta evidente la ruptura con el manierismo tardío, le consagrarían como un maestro de la escultura.
El mito está referenciado tanto en los escritos de Claudiano (De raptu Proserpina) como en Ovidio (Metamorfosis, V, 385-424). La leyenda cuenta como Proserpina, nombre latino de Perséfone, hija de Zeus y Ceres, estaba cogiendo flores con las ninfas Atenea y Artemisa, cuando la tierra se abrió y apareció Plutón, llevándola con él para convertirla en la reina del inframundo.
Ceres, su afligida madre, diosa de la agricultura, el trigo y la fertilidad, con
una antorcha en la mano, la buscó por todo el mundo, y al no encontrarla dejó que la tierra se marchitara. Zeus, conmovido por el dolor y la errante búsqueda de su esposa, ordena a Plutón que deje volver a Proserpina con su madre, a lo que este acede, pero engaña a la muchacha haciéndola comer la semilla de una granada, quedando sentenciada ya que quien toma algún alimento en el inframundo queda encadenado a él para siempre.
Zeus, como justo juez acordó que una parte del año la pasaría con su madre en el Olimpo, y otra con Plutón, bajó la tierra, ejerciendo como reina de los infiernos y de los muertos. El mito es claramente una alegoría de las estaciones del año. Cuando Proserpina se va comienza el otoño, las flores se marchitan y la tierra se vuelve estéril, a su vuelta retorna la primavera y la tierra de nuevo revive con la aparición de los frutos y las flores.
La escultura, en un equilibrio armónico, muestra el movimiento opuesto de las dos figuras, creando un contraposto difícil de superar. Al observar la obra desde la izquierda, Plutón, coronado y barbudo (la viva imagen de la brutalidad, la posesión y el dominio), sujeta con fuerza a su víctima, que se defiende del acoso echando la cabeza hacia atrás, con un gesto de terror y repugnancia.
Mirada de frente la expresión de la mujer se intensifica, es ya desesperación en una lucha desigual, y mientras extiende su brazo derecho pidiendo ayuda, tira fuertemente hacia atrás de la cabeza del hombre, en un movimiento que sorprende y daña al agresor.
Si contemplamos la obra desde la derecha, nos conmueve el llanto de la ninfa, son lágrimas de impotencia al no poder huir del destino que la aguarda. Y es entonces cuando la impresión se acrecienta al contemplar el cuerpo nacarado y hermoso de la mujer, marcado por los poderosos dedos de su raptor que presionan y dañan su suave piel, tallado con tal perfección que nos hace olvidar que es en el frio, inerte y duro mármol donde ocurre la agresión. Can Cerbero, el perro guardián de los infiernos, ladra los pies de la escultura.
LUIS ZALAMEA BORDA
(Bogotá, Colombia, 1921-2013)
Amor salvaje
¡Ah, qué nidada de caricias salvajes descubrí!
Guardadas en tu bosque desde el alba del mundo,
esperaban la mano que llegara a arrancarlas,
la mirada que las volcara sobre tus venas todas,
el temblor que iniciara tu espasmo y tu locura.
¡Pantera que se escapa, cervatilla rendida,
la sierpe envolvente de tus brazos,
abrazo de mil lianas zarpadoras,
largo césped donde los senos nacen,
ensenada candente de los muslos,
playa con la blanca tersura de tu vientre.
Y locura, ternura y más locura.
Cadencia resonante de músicas selváticas,
tambor noctambulario suena sobre tu espalda,
la flauta imperceptible del suspiro,
largos gemidos de destrozados labios,
y el grito sempiterno tan guardado,
al fin la noche rompe en agudos pedazos.
Y locura, cadencia y más locura.
Cavernas, grutas, lagos, musgos leves;
hongos colgantes, zarzas en tu boca;
frutos ignotos, zumos descubiertos;
mieses en la alborada, sed que ya se apaga;
venas que se rebelan, sangre libertada;
yegua ululante, jinete que espolea.
Y locura, locura y más locura.
¡Ah qué nidada de caricias salvajes descubrí!
¡Y qué voces intactas en tus prístinos fondos!
¡Y qué flores que se abren al tacto de mis manos!
Salvaje mía; ¡ámame así, envuélveme en tu bruma!
¡Y bebamos del manantial de esta locura primitiva!
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