En un pequeño municipio de la provincia de Valladolid de apenas 400 habitantes, Olivares de Duero, se encuentra la iglesia de San Pelayo. De estilo gótico, fechada en la segunda mitad del siglo XV, nadie al contemplarla imaginaría, ni remotamente, que guarda en su interior un auténtico tesoro. Posee tres naves con bóvedas de crucería estrelladas y un ábside polígona en el que se acopla, cómo un guante, un impresionante RETABLO MAYOR que adopta para ello la forma de un tríptico. De estilo plateresco, está considerado una obra cumbre del Renacimiento español.
Datado en el primer tercio del siglo XVI, en la horizontal consta de una predela o banco, tres cuerpos y un ático; en la vertical se sitúan nueve calles, todas ocupadas por pinturas, excepto en la central en la que se muestran esculturas. San Pelayo y la Asuncion están atribuidas al circulo de Felipe Bigarny y el Calvario, rematado por una extraordinaria creería, a Alonso Berruguete. La Asunción lleva un manto adornado con 30 medallones con retratos, el que aparece sobre el pecho de la Virgen tiene la imagen de un joven Carlos V sin barba. En cuanto a la escultura de San Pelayo, la curiosidad se encuentra en el personaje que está a sus pies. Parece que el artista no tenia ni idea de como esculpirlo, si no, ¿como explicar esa forma de mostrarlo? Representa a Abderramán III, que hizo proposiciones dehonestas al santo cuando estaba cautivo en Sevilla. Este, obviamente, las rechazó, y sufrió el martirio siendo dementado. Sus restos, tras pasar por Córdoba y León acaban, sin saberse bien porque, en Oviedo, en el monasterio de monjas benedictinas de San Pelayo.
Las 51 pinturas que contiene el retablo son de Juan Soreda y representan a santos, episodios de la vida de Cristo, la Virgen y San Pelayo. En la predela, que tanto recuerda a la de Pedro Berruguete en Paredes de Navas, se encuentran cinco profetas, Jeremías, Isaías, David, Salomón, Daniel, (falta Balaán) y la Sibila Frigias, inspirada en las sibilas de Miguel Ángel, que es, aunque parezca increíble, casi más musculosa que ellas.
En 1981 se desmonta el retablo para restaurarlo por encontrarse seriamente dañado. A la espera de que concluyan las obra en la bóveda del presbiterio, las tablas restauradas permanecen almacenadas en la iglesia, y, una noche de 1987, los ladrones de arte, que tanto han expoliado esta comunidad, hacen un butrón en una de las paredes de la iglesia y roban diez tablas. Por suerte nueve fueron recuperadas por la policía, la del profeta Balaán sigue desaparecida.
Hay que valorar la genialidad del ensamblador, Pedro de Guadalupe, responsable de la estructura arquitectónica y, posiblemente, de todas las labores de entalladura y ornamentación del retablo. No hay un solo hueco libre de adornos donde pueda descansar la vista. Realizado en madera dorada policromada, tanto los frisos, como el basamento, chambranas, hornacinas y entrecalles, están decoradas con serafines, medallones, sirenas, centauros, delfines y demás.
Es necesario pedir cita al tl. 625421358, porque la iglesia puede estar cerrada. Si sois pocos, aclarar que abonareis el importa de un grupo grande (solo son 20 euros).
Después, que mejor para rentabilizar la visita que acercarse hasta Penafiel, otra ciudad histórica de la provincia de Valladolid, a tan solo 25 km, para comer su famoso lechazo acompañado de un buen vino de la Ribera del Duero.
Penafiel merece un viaje de fin de semana, pero si se tiene poco tiempo como en esta escapada, hay que aprovecharlo: pasear por la Plaza del Coso, hacer una visita rápida a la Iglesia de San Pablo para ver la Capilla Funeraria de los Manuel, y subir al Castillo Medieval desde el que se contemplan impresionantes vistas de los valles del Duero y del Duraton, del pueblo, y del edificio vanguardista de las Bodegas de Protos, diseñadas por el arquitecto Richard Rogers.
¿Que si vale la pena hacer una escapada para ver la iglesia de Olivares de Duero? Para quien le guste el arte, desde luego que sí. Habrá muchos retablos (que los hay), pero ninguno, que recuerde, me ha impresionada tanto como este precioso, exquisito y delicado retablo de San Pelayo. Es que, solo con mirarle, como diría Juan Guerra, se sube la bilirrubina.